El mudo sigue girando. Que Chechi no viene, no pasa nada. Que Berrán está desaparecido en combate, no pasa nada. El mundo sigue girando. ¿Qué íbamos a hacer? Pues jugar. Así que cogí a Núria y le dije, "Nosotros jugamos igual. ¿No?" Ella respondió afirmativamente y nos pusimos el mono de trabajo.
Había estado toda la semana preparando un juego que hace meses que estaba cogiendo polvo en la estantería. Otros juegos habían visto mesa antes sin explicación alguna. Para mí siempre es un reto preparar un juego y éste en concreto ya había estado dando vueltas en mi cabeza. Había leído el reglamento pero por falta de tiempo no había acabado de vencerlo. El muy cabrón se me resistía y yo cedía a los puntos en cada enfrentamiento. Había llegado el momento de dejarlo KO. Me metí el reglamento en la bolsa y empecé a golpearle cada mañana de camino al trabajo. A la tercera relectura empecé a ver la luz. Comprendí la estrategia y no dudé que el viernes vería mesa, fuera como fuera, no estaba dispuesto a ceder. Solos ante el peligro Núria y yo estrenamos el CAYLUS.
En el año de nuestro señor 1289, en un pequeño pueblo de Francia llamado Caylus, el rey Felipe el Justo quiere construir un castillo. Aquellos maestros de obras y sus trabajadores que colaboren en tamaña obra serán recompensados con favores reales y un prestigio que les abrirá las puertas allá donde vayan.
Un juego de recursos, con sus cubitos de colores y sus acciones. Pero el jueguecito es ¡sesudo sesudo! Más o menos consiste en convertir el pueblo de Caylus en una ciudad de narices. Para tamaña hazaña los jugadores han de construir edificios varios y ayudar en la construcción del castillo. Para hacer todo eso dispondrá de trabajadores que cobrarán en cada turno. Hay que combinar a la perfección las monedas y las acciones que debes hacer y sobretodo controlar el orden.
El tablero describe un camino que lleva hasta el castillo. Las construcciones se hacen en ese camino y se resuelven en el orden que han sido construidas. Por lo tanto debes pensar la mejor manera de colocar tus trabajadores para realizar aquello que has dibujado en tu cabeza. Por poner un ejemplo se puede dar la situación en la que quieras construir un monumento y necesites oro. Si la acción de construir está antes que el oro que necesitas ya no podrás construir. Pues éste es el plato principal durante toda la partida.
El juego tiene detalles interesantes como los favores reales que te dan ciertas ventajas o las ayudas en la construcción del castillo que te permiten, en función de las veces que has ayudado, ganar más favores y puntos de prestigio.
Pero lo mejor del juego es que lleva un hijo puta incluido. El amigo se llama Preboste y es una especie de funcionario detestable al que se puede sobornar para evitar que los demás hagan sus acciones. El amigo no permite hacer las acciones de todos los jugadores que sitúen sus peones más lejos que el preboste (teniendo como punto de referencia el castillo). Los jugadores pueden sobornarlo para moverlo y joder así a sus contrincantes.
También aparece la figura del alguacil que sin ser tan joputa, también acelera la construcción del castillo y mete algo de prisa a los obreros,
Podría hablar de más detalles pero me voy a centrar en ese hijo de puta llamado preboste. El diccionario habla de una especie de encargado de la edad medieval francesa. Se dedicaba a temas de leyes y más o menos se encargaba de controlar un territorio. El tipo básicamente es un hijo puta porque se deja comprar por cualquiera y no tiene ningún tipo de escrúpulo para aceptar las ofertas una detrás de otra. Se que el termino es soez, pero la misma historia nos lleva a entender que el puto preboste podría ser cualquiera de los políticos actuales a los que a partir de ahora voy a llamar preboste. No voy a utilizar el termino para mostrarme más culto sino para llamar a cada cual por su nombre. De hecho hijo puta es un termino peyorativo que gana en connotación cuando añades el termino preboste. Así quedaría perfecta la fusión de los dos "puto preboste" sin hacer referencia a la madre del "Barcenas" que no tiene culpa de que su hijo se haya currado el cargo.
Así que siguiendo con el tema voy a recomendaros un cómic de Mauro Entrialgo llamado "Como convertirse en un hijo de puta". O la canción de la película de South park "Eres un cabrón hijo puta". A esta última podríamos añadir: "...un preboste, un cabrón, un hijo puta..." .
Nada, el mundo está lleno de estos individuos y es una delicia encontrarte uno en un juego de mesa, uno que hace que los que juguemos seamos unos hijos de puta por unas horas. Porque en nuestra realidad no existen los sobres y seguramente si existieran serian tan irrisorios que no valdría la pena vender la poca dignidad que nos queda.
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EJEMPLO DE HIJO DE PUTA |
Aquí os dejo una historia muy graciosa sobre el tema:
Estaba sentado el
otro día delante de mi ordenador cuando me acordé que tenía que llamar por
teléfono a un compañero. Descolgué el auricular y marqué el número de memoria.
Me contestó un tipo con muy mal humor diciendo:
- ¿Qué quiere?
- Soy Ignacio
Martínez, ¿podría hablar con Roberto Espárrago? – dije amablemente.
- Te has equivocado, gilipollas – me respondió y acto seguido colgó.
No daba crédito a lo
que me estaba ocurriendo. Cogí mi agenda para buscar el número de mi compañero
y comprobé que, efectivamente, me había equivocado. Pero como aún recordaba el
número “erróneo” que había marcado anteriormente, decidí volver a llamar a
aquel tipo y cuando me cogió el teléfono no esperé a que contestase y le dije:
- Eres un hijoputa –
y colgué rápidamente.
Inmediatamente apunté
aquel número en mi agenda junto a la palabra “hijoputa”.
Cada dos o tres
semanas, cada vez que estaba cabreado (porque me llegaba una letra inesperada,
o un aviso de multa, o discutía con mi mujer, o alguna situación por el estilo)
volvía a llamarlo y sin dejarle contestar le decía:
- Eres un hijoputa.
Esto me servía de
algún modo como terapia y me hacía sentirme mucho más relajado. Unos meses
después, la maldita Telefónica introdujo el servicio de identificación de llamadas,
lo cual me deprimió un poco porque tuve que dejar de llamar al “hijoputa”. Pero
de repente, un día se me ocurrió una idea: marqué su número de teléfono y
cuando escuché su voz le dije:
- Hola, le llamo del
departamento de ventas de Telefónica para ver si conoce nuestro servicio de
identificación de llamadas.
- No. – me dijo el
tío grosero, y me colgó el teléfono.
Rápidamente lo volví
a llamar y le dije:
- Eres un hijoputa.
Un mes después,
estaba yo esperando con mi coche a que una anciana saliera de la plaza de
aparcamiento del Hipercor. Esta lo hacía muy lentamente y cuando terminó la
maniobra y me disponía yo a ocupar la plaza libre, apareció un Golf GTI negro a
toda velocidad y se metió en el hueco que iba yo a ocupar. Comencé a tocar el
claxon y a gritar:
- ¡Eh, oiga!, ¡Que
estaba yo esperando!, ¡No puede hacer eso!.
El tipo del Golf se
bajo, cerró el coche y se fue hacia el centro comercial ignorándome como si no
me hubiera oído. Yo me quedé completamente frustrado y pensé: “Este tío es un
hijoputa. El mundo está lleno de ellos”. Justo en ese momento vi un letrero de
“SE VENDE” en el cristal de atrás del Golf. Lógicamente anoté el número y me
fui a buscar otra plaza de aparcamiento.
A los dos o tres
días, vi en mi agenda el número del “hijoputa” y me acordé que había anotado él
numero del tipo del Golf. Inmediatamente le llamé y le dije:
- Buenos días. ¿Es
usted el dueño del Golf GTI negro que se vende?
- Sí, yo mismo.
- ¿Podría decirme
donde puedo ver el coche?
- Sí, por supuesto.
Yo vivo en la calle de Don Ramón de la
Cruz esquina con Montesa, es un bloque amarillo y el coche
esta aparcado justo enfrente de la casa.
- ¿Cómo se llama
usted?
- Enrique Juárez
- ¿Que hora sería la
mejor para encontrarme con usted y discutir los detalles de la operación,
Enrique?
- Pues yo suelo estar
en casa por las noches.
- ¿Puedo decirle
algo, Enrique?
- Sí, claro.
- Enrique, eres un
hijoputa de la hostia – y colgué el teléfono.
Inmediatamente
después de colgar anoté él numero en mi agenda al lado del otro, pero en este
puse el nombre de “hijoputa II”. Ahora tenía dos “hijoputas” para llamar y así
estuve durante dos o tres meses, llamando ahora a uno, ahora a otro; hasta que
comenzaba a aburrirme un poco. Me puse a pensar en serio sobre como resolver
este problemilla y al cabo de un par de whiskies se me ocurrió algo. Primero
llamé al “hijoputa I”:
- Dígame.
- Hola hijoputa –
pero esta vez no colgué.
- ¿Estas ahí todavía,
verdad, cabrón?
- Si, hijoputa.
- Deja ya de llamarme
o…
- Noooooo.
- Si supiera quien
eres te rompía la boca – me dijo.
- Me llamo Enrique
Juárez y si tienes cojones vienes a buscarme. Vivo en la calle Don Ramón de la Cruz esquina Montesa, en un
bloque amarillo, justo en la puerta donde hay aparcado un Golf GTI negro, so
hijoputa.
- ¡¡¡Ahora mismo voy
para allá!!! Tu sí que eres un hijoputa y ya puedes ir rezando todo lo que
sepas. Te voy a majar a hostias.
- ¿Si?. ¡Que miedo me
das, hijoputa! – y colgué el teléfono.
Inmediatamente llame
al hijoputa II:
- Dígame.
- Hola hijoputa – y
no colgué.
- Como te pille algún
día…
- ¿Que me vas a
hacer, hijoputa?
- Te voy a patear las
tripas, pedazo de cabrón.
- ¿Sí?, Pues a ver si
es verdad, hijoputa. Ahora mismo voy hacia tu casa – y colgué.
Por ultimo, cogí el
teléfono y llame a la policía. Les dije que estaba en la calle Don Ramón de la Cruz esquina con Montesa y
que iba a matar a mi novio homosexual en cuanto llegara a casa.
Luego hice otra
llamada rápida a “Madrid directo” y les dije que iba a haber una pelea de
pandillas en la calle Don Ramón de la
Cruz esquina Montesa. Y entonces me monté en mi coche y me
fui para allá a toda leche. Te juro que es una experiencia que nunca olvidaré.
La mayor pelea que he visto en mi vida. Hasta los cámaras de Telemadrid se
llevaron lo suyo.
En fin, después de
esto espero que cuando te llame por teléfono me contestes en tono amable.
“Ya sabes, no es bueno que yo me irrite.”
En definitiva y después de comentar el tema dedicaré unas frases a la opinión sobre el juego. Me encantó, es de los que encaja en mi grupo de juego y de los que va a generar algo de pique. Estoy deseando probarlo con Sergi para ver como ¡se desquicia!