jueves, 24 de diciembre de 2020

¡HE VUELTO!

Os juro que lo intento en cada partida, pero no lo consigo. Intento analizar qué hacer y llevar a cabo una estrategia ganadora, pero no puedo. Ella se sienta a la mesa y en cuestión de segundos sabe qué hacer, vislumbra el camino a la victoria y ya nada puede pararla. Y me duele, me duele demasiado, como a todos, pero en mi caso, el dolor se filtra por los resquicios de mi armadura lúdica y me deja fuera de combate.

Sufro por los que se sientan a la mesa con ella. Son víctimas, víctimas a las que he invitado inocentemente y que desconocen su destino. Sé que no es su culpa, ella juega bien, juega para ganar. ¿Pero no se cansa ya de pisotear y empequeñecer a los demás? Ella grita a los cuatro vientos: "¡He vuelto!". Y esas palabras, dichas en tono jocoso, se clavan en mi espalda cual saetas lanzadas desde la torre más alta. Desde esa misma torre la innombrable nos mira y con gesto altivo nos desdeña, tal cual.

Estoy cansado de luchar, ¿comprendéis? No sé qué hacer. Preparo los juegos, leo los reglamentos, observo partidas, tengo conocimiento de algunas estrategias, escucho podcasts... Nada, nada sirve para poder detener el avance del Titán. Explico la mecánica a todos por igual pero su cerebro activa un modo analítico y hace de mi vana palabrería una auténtica estrategia. 

Pídeme otro vermut, por favor, que tengo la boca y el alma lúdica seca. Llevo más de 10 años en esto del mundo lúdico y con amargura compruebo que nunca podré superarla. A mis compañeros de mesa igual les da igual, les importa un carajo y lo que hacen es mirarla con admiración. Y no los culpo. No tienen porqué juzgarla pero dentro de unos años, cuando las derrotas les pesen cual losa y no puedan levantar la cabeza, en ese momento, aparecerá ese sentimiento adverso que los convertirá en jueces y verdugos.

Así que explicadme cómo se hace, Chechi, Ángel, Parramón, Laia. Contadme, os lo ruego, cómo se consigue ganar a alguien que actúa de forma innata. Os compro la fórmula. Decidme cómo conseguir que no duela tanto como duele. Necesito sentirme ajeno, indiferente, a tanta victoria, a tanta humillación, necesito hacer oídos sordos y reparar mi armadura para poder con los próximos 10 años. No sé si escuchar otro "¡He vuelto!" será apto para mi salud.

Todo empezó con una partida tutorial a Cuzco, ese juego de Michael Kiesling y Wolfgang Kramer. La idea era echarle un tiento, ver como funcionaban sus mecánicas, probarlo a cuatro, su número ideal. Con pocas dudas empezamos la partida pero la carnicería estaba a punto de desatarse. Sin que le temblara el pulso, la innombrable empezó a aprovechar cada turno como si fuera el último. Los puntos se generaban a una velocidad pasmosa y la distancia empezó a ser infranqueable.

A los 20 minutos de partida ya se sabía vencedora y no contenta con eso se dedicó el resto del tiempo a ensanchar la diferencia y a dar, a más de uno, un correctivo que nunca olvidará. No es que lo haga con mala intención pero cuando al final de la partida atisbas el track de puntuación, lo primero que piensas es que ha estado jugando con críos. 

Básicamente lo que hace es aplicarnos un correctivo y lo hace por nuestro bien. Su misión es que mejoremos y nos hace ver que utilizamos estrategias equivocadas. Ella no lo vive como un castigo, nos ayuda a ver lo positivo, lo valioso, el camino a seguir, nos hace un favor. ¡Qué teoría más bonita! Ojalá fuera así, que pena que después de pisarnos la cabeza en el barro y derrotarnos, alze el semblante y suelte su grito de guerra: "¡He vuelto!".

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