No me atrevo a comentar las sensaciones extrañas que sentí el último día que visité la casa de mi amigo Chechi (¡No poco! Lo voy ha hacer a continuación). Siempre pensé que su casa estaba exageradamente apartada y que allí podían acontecer los hechos más inverosímiles y inquietantes, sin que los vecinos sospecharan nada de nada (¡pobres incautos!). De entrada el tipo lleva una vida normal (bueno...esta parte es un poco mentirijilla) pero hay algo raro, no sabría como explicarlo, es una sensación, pero una sensación incómoda. A veces pienso que lleva una doble vida, que hace cosas que no nos explica. A veces comenta cosas sobre partidas que yo no he vivido, es como si jugara con otros. Pero este hecho hasta sería normal. Jugar con otros, ¿qué otros? No sé...alguién desconocido o muy cercano, esta parte he de mejorarla. Durante unos segundos he pensado que juega con Ángel y Marta. ¡No! ¡Con Ángel y Marta de Nando! Eso sí da para una buena historia, bueno a lo que vamos.
Lo que de verdad me incomoda es que lo que imagino, que es capaz de hacer es algo malo, pero malo de perverso, jodidamente perverso. Hay una cosa que os quiero comentar, puede que no tenga importancia pero es, al menos, curioso, el tipo no nos deja acceder al piso de arriba de su casa, entramos en el comedor, la cocina, el lavabo...pero ¿qué hay en el piso de arriba? La verdad es que las estrechas, oscuras y lúgubres escaleras que llevan arriba, no invitan para nada a poner un pie sobre cualquiera de sus escalones. Es como si se hicieran infinitas y la visión de lo que parece un pasillo con puertas se plantea lejano, inalcanzable, como en una dimensión a parte. A veces imagino ruidos, gemidos, arañazos, murmullos, golpes que el siempre atribuye a que la casa es vieja y que las cañerías hacen ruido. Creerle es lo más sensato ya que a veces me da algo de grima y he de confesar que he pasado del respeto al miedo crudo, frío y extraño que me provoca una sensación de desasosiego. Hay algo raruno en todo esto, lo percibo.
Hace poco quedamos para jugar a LAS MANSIONES DE LA LOCURA, jugarlo en casa de Chechi le da un plus, no es que sea tétrica, pero mi imaginación crea los adornos necesarios para transformarla en un lugar misterioso y oscuro. La Luz del comedor es tenue y cae sobre el tablero creando un ambiente muy temático (rollo juegos de misterio y terror). Mientras pasan las horas, el sol sigue su camino y las sombras que se mueven en el jardín acaecen como monstruos esperando que cualquier incauto caiga en sus garras. Mientras, mi amigo dirige la partida con emoción, como si viviera realmente los acontecimientos, deja entrever en su mirada, un poder que le da el control del destino de los personajes y de aquellos que ensimismados intentamos salvar la vida de nuestros roles miskatónikos.
La partida transcurrió y hubo momentos para todo, emoción, acción, desidia, algún bostezo, algún grito, ruido de las tuberías, el crujir de la casa, las sombras del jardín y el mueble del comedor. El maldito mueble del comedor parecía tener vida propia y en sus entrañas pudimos encontrar los objetos más fascinantes y a la vez más peligrosos: tomos de Lovecrat, el Hellboy de Mignola, la imagen de Cthulhu y el maldito Necronomicón. El tema era peliagudo y al observar tamaña colección solo pude pensar en que aquel lugar es un centro de culto y perversidad y que seguramente jugar con el juego era una especie de rito para abrir las puertas del averno y liberar a algún Dios Primigenio.
Miré al calvo que me acompañaba y tenía una pinta de cultista que lo flipas. El tipo era extraño ya de serie pero con la información que mi cerebro iba creando la cosa se estaba poniendo muy pero que muy fina. Miré a la izquierda y la innombrable tenía una pinta de traicionarme y sacrificarme en menos que canta un gallo. Sé que esas sensaciones eran falsas pero en mi interior todo acontecía como si estubiéramos en la época victoriana. Nuestra ropa cambiaba y la misma casa adoptaba el aspecto adecuado. Estaba demasiado condicionado por lecturas, películas, cómics y una larga lista de subcultura para poder elucubrar qué estaba pasando.
Esto de jugar a juegos de mesa en el lugar adecuado crea un ambiente de lujo pero hay que vigilar con la inestabilidad mental de los jugadores. Miré al perro, Eira, nombre de Diosa, la Diosa de la salud Escandinava. Estaba allí para vigilar, una Diosa encarnada en un perro. Nos protegía y eso me daba tranquilidad. ¿Qué mierda es esta? Era un chucho normal pero mi mente enfermiza lo había convertido en algo más.
Me llamaron la atención, parece ser que estaba ensimismado, despistado, pensando en mis cosas. Todo volvió a su cauce, la casa, la ropa, los ruidos, las sombras... Cogí el dado y lo lanzé con intención de conseguir un éxito pero la suerte no existe y el destino decidió que aquella misión no se iba a resolver favorablemente (¡salieron más ceros que estrellas hay en el cielo!). Acabamos derrotados pero con la sensación de haber pasado un buen rato. Dejé de sospechar de mis amiguetes. Estaba oscuro y fui a una habitación externa del jardín donde había una nevera a buscar bebida, estaba oscuro y caminé con una linterna en las manos. El olor a húmedo penetró mi olfato, los libros viejos y mojados me inquietaron y el crucifijo apoyado en un sofá me aterrorizó. Llegué a la nevera, cogí los refrescos y aceleré mi paso para escapar de allí. Antes de salir por la puerta no pude dejar de pensar cuantas personas debían haber muerto asesinadas en aquel lugar y cuantos árboles del jardín había arrancado mi amigo para poder enterrar los cuerpos de sus víctimas.
¡MUY MALA SUERTE! |
Me paré en la misma puerta de salida e intenté controlar las historias ficticias que no dejé de inventar. Cerré la linterna en un gesto de sublevación y aquel acto no me dejo ver la extremidad amputada que Eira había desenterrado y que había escondido en aquel terrible lugar, esperando a ser roido.